Apuntes
tomados de FRANCESC TORRALBA, El PERDON, EDITORIAL MILENIO, LLEIDA 2010.
Encuentro
sobre el perdón
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EL PERDON
-No es una casualidad
- No es una necesidad de la naturaleza
- No es un fatalismo.
- No acontece de manera instintiva o mecánica
ES UN ACTO HUMANO, UNA EXPRESIÓN DE LA MÁS PROFUNDA LIBERTAD, UNA
MANIFESTACION DE LA CREATIVIDAD.
ES CONSECUENCIA DE UN ESFUERZO, DE UN ACTO DELIBERADO Y VOLUNTARIO.
PERDONAR ES UNA DECISIÓN, UNA ACTITUD, UN ACTO DE VOLUNTAD, UN
PROCESO Y UNA FORMA DE VIDA.
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PARA QUE EXISTA EL PERDÓN DEBE HABERSE DADO ALGUNA OFENSA. Solo puede perdonar quien ha experimentado una
ofensa.
Hablar de perdón no tiene
ningún sentido si no se especifica inmediatamente lo que debe perdonarse
y a quien hay que perdonar. En tanto no se aclare el objeto (ofensa) y el
sujeto (ofensor) del perdón, todo empeño en perdonar será en vano.
Hay ofensas que son fruto de la acción y otras que son consecuencia
de la omisión. Nos sentimos ofendidos por lo que alguien ha hecho o dicho, o
bien por lo que no ha hecho o no ha dejado de decir. En ambos casos debe
existir una intención dolosa del ofensor. La ofensa tiene que ser resultado de
un acto deliberado, ejecutado intencionalmente, no es consecuencia de un
descuido o de un olvido.
Se puede ofender de muchas maneras. Se puede ser agredido en lo
físico, afectivo, moral o espiritual.
Mientras más se ama a alguien
más nos duele una ofensa. Quien espera mucho de los demás, aquel que tiene
puestas muchas expectativas en los amigos, pareja o hijos, fácilmente se
ofende. Jamás se ofenderá quien haya aprendido a no esperar nada, que sepa
vivir sin expectativas y aceptar como un regalo cuanto los demás quieran darle.
Hay que observar la manera con que encaja las ofensas y como se depuran
en la vida social. S procesamos negativamente
las ofensas, nuestra relación con los demás pierde calidad. El daño que
una ofensa causa en el corazón de una persona no se puede cuantificar. Algunas
ofensas se olvidan rápido, otras se quedan esquitadas. Una ofensa mal asumida
es algo que puede llegar a hacer mucho daño.
Muchas veces las ofensas hieren más de lo que es visible. En el
inconsciente hay heridas grabadas que en inciden en la vida consciente.
Toda ofensa tiene un componente trágico en la medida que hiere una
relación.
Negar la ofensa es absurdo. La ofensa existe, subiste en la memoria
y negarla no es la solución. Perdonar no se puede confundir con olvidar. El
objetivo del perdón es conseguir una memoria apaciguada.
Perdonar no consiste en justificar los comportamientos negativos e
improcedentes, propios o ajenos. Perdonar no es aceptar, tolerar o hacerse el
de la vista gorda. Hacerlo sería convertirse en cómplice. El perdón no es una
forma de laxitud moral ni una especie de permisividad que aligera la gravedad
de la ofensa. El perdón no es un paliativo ni una excusa. Al perdonar no se
exonera al culpable ni se difumina la gravedad del hecho. Perdonar no consiste
en relativizar o minimizar el fallo moral. Es reconocerlo en su justa medida,
tomar conciencia de la ofensa y, desde este reconocimiento, iniciar un proceso
de reconciliación.
El perdón parte del reconocimiento explícito y patente del daño,
aunque comprende que éste, por grave que sea, puede ser enmendado.
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PEDIR PERDON
Como cualquier otra actividad humana, el perdón requiere unas condiciones de posibilidad. Para
solicitar y otorgar el perdón, hacen falta ciertos requisitos.
Sólo se producirá una reconciliación si el ofensor toma conciencia
de su acción o de su omisión y pide perdón. El agresor debe hacerse consciente
del mal que ha causado.
El perdón verdadero no es una escapatoria del remordimiento, ni la
salvación del sufragio de la culpa. El perdón genuino no se otorga por estas
razones, sino al adquirir conciencia del
sufrimiento del ofendido.
La condición que a priori se revela fundamental en la práctica del
perdón, es el sincero arrepentimiento del ofensor. Arrepentirse, es sentir pena
por el daño causado. Es experimentar en la propia piel el daño que se ha
causado al otro. Solamente puede arrepentirse
quien es capaz de captar emocionalmente el dolor que ha causado en los
demás, por lo que hacerse consciente del daño causado no es propiamente un
arrepentimiento. El arrepentimiento demanda consciencia, pero también una
mirada retrospectiva sobre el pasado.
Es necesario que el ofensor se arrepienta y que la persona ofendida
observe verdaderos signos de contrición.
El arrepentimiento encerrado dentro del propio ser no conduce a nada
y puede llegar a convertirse en enfermizo. Hay que obligarle a salir al
exterior, buscando las palabras, los tiempos y los espacios adecuados para
verterlo en la persona agraviada.
La reconciliación y el perdón exigen también una confesión: ante uno
mismo y con la persona ofendida. Confesar no es un simple análisis de la
situación. Tiene este doble movimiento: atribución (el agresor se imputa el
acto cometido) y reconocimiento (se expresa explícitamente).
La función de reconocimiento implica una responsabilidad que debe
asumir las consecuencias y aceptar quien sea el otro quien emita el
“veredicto”.
La confesión ante el ofendido no es una mera información. Al acto
verbal se añade el sentido de un mensaje que devuelve su dignidad a la persona
a quien se ha ofendido. He implica la súplica explícita de perdón.
Pedir sinceramente perdón significa comprometerse interna y
externamente en no repetir aquel doloroso acto. Además de un acto verbal, es un
compromiso de futuro que afecta a toda la persona. Pero no es solo una palabra.
Es un proyecto de existencia cambiada.
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Al CONCEDER EL PERDÓN puede caerse en
un doble error: sea en vilipendio del acto mismo, sea en la mezquindad de
practicarlo.
En el primero de los casos, la persona ofendida otorga el perdón sin
evaluar la agresión que ha sufrido, ni valorar su propio ser y el del ofensor.
Esto puede conducir a equivoco, provocando que lo que ya quedo perdonado, deje
de estarlo.
El perdón requiere tiempo. Todo dependerá de la gravedad de la
herida y de la sensibilidad de cada uno. Aunque requiera tiempo, se debe evitar
tanto la precipitación como la demora. No se puede obrar precipitadamente, pero
tampoco se puede retrasar indefinidamente el perdón, porque esto es un tipo de
desprecio.
El perdón como toda práctica humana para hacerse efectiva requiere
su tiempo, una determinada cadencia y un ritmo adecuado. Quemar etapas es
perjudicial. Hace falta tiempo para
digerir la ofensa, cicatrizar la herida y disipar el dolor. Es imposible
adivinar con anticipación el tiempo que cada uno necesita para reconciliarse.
Tampoco es posible aplicar sistemáticamente y de manera homogénea los ritmos y
los tiempos de la reconciliación.
Además del tiempo, es importante también el espacio. No siempre se
está en lugar idóneo para solicitar perdón y/o para conceder perdón. Cada
práctica humana necesita su territorio. En el plano de las relaciones
interpersonales, la práctica del perdón requiere necesariamente una privacidad,
un escrupuloso respeto a la intimidad compartida.
El segundo error es la mezquindad. Es lo que le ocurre a aquella
persona ofendida que espera que el otro se humille una y otra vez solicitando
el perdón. Esto desvirtúa la naturaleza misma del perdón, que es gratuito y
generoso.
Cualquier intento de medir o comparar la culpabilidad con la pretensión
de que el otro es más culpable que uno mismo, no da resultados positivos. De
hecho, el binomio ofensor – ofendido, no se presente siempre con fronteras
nítidas. La obstinación de una de las partes en creerse completamente inocente,
y que solo la otra parte es culpable, es una de las causas más comunes de los
fracasos en procesos de reconciliación.
El perdón no es una dádiva que hacemos a quien nos hizo daño. No es
una especie de paternalismo ni una mirada de conmiseración sobre el otro. Es un
acto de liberación a través del cual renunciamos a permanecer aprisionados en
el mal que un día nos infringieron. La clave reside en preguntarse lo que se
desconoce de aquello que tanto nos ha dolido. Al hacerse esta pregunta, nos
abrimos a caminos insospechados de entendimiento hacia la otra persona, a la
vez que nos adentramos en un nuevo conocimiento de nosotros mismos y de nuestro
propio mundo.
El perdón requiere humildad. De esta manera se puede sobrepasar el
sentimiento de superioridad. El perdón carente de humildad es una forma de
vejación, en quien lo otorga humilla a quien lo recibe.
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EL RESENTIMIENTO. Obstáculo fundamental.
Entre la voluntad de perdonar y la práctica real y eficaz del
perdón, existen muchos obstáculos: estos
dependen de la voluntad, pero también de la profundidad de la ofensa y la
gravedad de la herida. Hay muchos elementos que pueden limitarlo o anularlo.
Es una reacción emocional ante el otro que sobrevive y revive
repetidamente. Su nota característica es el retorno, su repetición interna de
una herida recibida injustamente. Radica en la voluntad de permanecer en un
momento del pasado, erigiéndolo en verdad única. Distorsiona la esencia de las
cosas.
Pero no es solo una vivencia interna. Trasluce en toda la vida
emocional del sujeto, en su manera de afrontar el presente, en sus relaciones
interpersonales.
Es muy distinto del recuerdo puramente intelectual. Es revivir la
misma emoción, volver a sentir, a re-sentir. Pero no es una repetición
exactamente igual al primer momento. El regreso circular aumenta más el odio,
magnificándolo con el paso del tiempo. Es una frustración que crece, generando
cada día más animadversión. El resentido se encierra en su rencor, cultivándolo
y alimentándolo. Se regodea masoquistamente en el dolor.
Su curación implica relacionarse con el pasado, echar una mirada
nueva sobre la memoria personal.
El resentimiento es más fuerte entre personas que se han amado o han
tenido una relación muy profunda.
Hay resentimientos heredados. Pero el resentimiento lógico es el que
experimentamos a causa de un daño sufrido en la propia piel y provocado por
alguien presente en el tiempo, a quien conocemos y al que se le puede imputar
el agravio producido.
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EL PERDON ES UN ACTO VISIONARIO DE LIBERACION
El perdón es consciente del daño y sabedor del dolor que ésta ha
acarreado, pero sabe distinguir entre la persona y el daño que ha provocado,
entre el individuo y la ofensa. Perdonar es dar otra posibilidad, apostar de
nuevo por la bondad de la persona. Perdonar significa dar una posibilidad a la
persona que ha causado el daño. No es pretender que todo va bien. Tampoco es
adoptar una actitud de superioridad o de fariseísmo espiritual.
El verdadero perdón implica mirar sin excusas al pecado, la parte inexcusable, verlo en su
horror y en su bajeza, y a pesar de todo reconciliarse con quien lo ha
cometido.
Perdonar a quienes nos hayan hecho un daño no presupone que no
sintamos rabia. No significa que no debamos exigirles que se responsabilicen de
sus actos. Perdonar no es una práctica puramente nominal. No se trata de pedir
perdón, esperando que el ofendido lo otorgue. El perdón exige dos condiciones:
la voluntad explícita y manifiesta de no causar daño de nuevo y el
resarcimiento de los males causados.
Perdonar es ver más allá de los límites de la personalidad del otro.
Perdonar exige una transformación de la mirada, para que no éste condicionada
por las historias personales y adquiera una capacidad ilimitada, siempre digna
de respeto y amor. Perdonar es confiar, tener fe en la condición humana. El
perdón parte de la siguiente convicción: la de que todos, sin excepción alguna,
tenemos la posibilidad de ejercer la bondad. Cultivar el perdón nos promete la
liberación del poder que ejercen sobre nosotros las actitudes y hechos de los
demás. Nos despierta a la verdad de nuestra bondad y al hecho de que somos
dignos de amor.
En la cultura militarista y en su ética bélica el perdón es un
fracaso, es una acción propia de los débiles, cobardes y perdedores. En este
sentido no es un valor en sí mismo. Pero el perdón no es nada de eso. Pues
consiste en combatir contra el más poderoso de los enemigos, el orgullo, el
amor propio.
Perdonar es romper con el círculo de violencia. La opción de
perdonar debilita el poder que tienen los opresores de convertirnos totalmente
en victimas. Perdonar es negarse a
aceptar como una única solución el odio, la venganza o la violencia. El perdón
es contrario a la ley retributiva, a la ley del talión (ojo por ojo, diente por
diente). Se basa en la regla de oro: “No hagas a los demás lo que no quieres que te hagan a ti”. El
perdón es expresión de la más sublime libertad de la persona, por cuanto supone
su capacidad de romper la lógica de la acción – reacción, la instintiva pasión
vengadora y trascenderla. El perdón no va en sentido contrario a la verdadera
justicia ni del derecho de autodefensa de la persona o de la sociedad; pero se
opone a la venganza y a la visión mecanicista de la vida y de la realidad.
El perdón introduce una novedad en la historia. El perdón es
difícil, pero es la única vía para construir un futuro distinto. La capacidad
de perdón está íntimamente relacionada con la lógica del don, con la
posibilidad de amar. Perdonar es otorgar
una nueva oportunidad, ofrecer una forma nueva de relación. No es perdón cuando
nos movemos en la lógica del cálculo de las ofensas, el que está condicionado
por lo que hace o dice el otro.
El perdón viene a liberar simultáneamente a quien perdona y a quien es perdonado; borra
la ofensa. El perdón cancela el pasado y por ello puede dar el paso a un futuro
distinto. La venganza, en cambio, no sólo liga al pasado, sino que hipoteca
también el futuro.
Perdonar es comenzar de nuevo, es por eso como una nueva creación.
El acto de perdonar no es una
continuidad ni una transformación de una materia prima, sino la emergencia de
un vínculo que es nuevo, por más que las personas que se religan fuesen previas
a él. Las personas no pueden volverse a crear, pero sí que pueden empezar de
nuevo. Sin embargo, en sentido estricto no es como recomenzar desde cero,
puesto que hay una historia viva, unos implícitos, una experiencia compartida y
un mutuo conocimiento, pero la relación que recomienza es radicalmente
distinta. Por todo ello, además de la compasión y la humildad, el perdón
requiere la fe en el nuevo vínculo que se inaugura. El escepticismo hace
imposible el ejercicio del perdón, ya que el escéptico no se fía de las
palabras de arrepentimiento y, en el fondo, no acaba de creer en las buenas
intenciones del que fue el agresor. Tener fe en el nuevo vínculo es confiar en
su regeneración, creer que todo puede ser renovado.
El perdón es una forma de confianza explícita en la regeneración, un
creer que la persona vale más que sus actos y que, por lo tanto, puede cambiar,
llevar a cabo actos más hermosos, nobles y puros en el futuro.
El perdón se inserta de lleno en la dialéctica de lo real y lo
ficticio, entre lo que es posible y lo que es imposible. Se basa en el
convencimiento de que solo intentando lo que es imposible se llegará a saber de
qué es posible. El perdón es un horizonte, un desarrollo nunca completado y tal
vez inacabable.
Todavía no puedo creer que no sé por dónde empezar, mi nombre es Juan, tengo 36 años, me diagnosticaron herpes genital, perdí toda esperanza en la vida, pero como cualquier otra, todavía busqué un cura incluso en Internet y ahí es donde conocí al Dr. Ogala. No podía creerlo al principio, pero también mi conmoción después de la administración de sus medicamentos a base de hierbas. Estoy tan feliz de decir que ahora estoy curado. Necesito compartir este milagro. experiencia, así que les digo a todos los demás con enfermedades de herpes genital, por favor, para una vida mejor y un mejor entorno, póngase en contacto con el Dr. Ogala por correo electrónico: ogalasolutiontemple@gmail.com, también puede llamar o WhatsApp +2348052394128
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